Poker Para Todos: A llorar a la iglesia
Carta abierta a los jugadores de poker de Quiroga, Provincia de Buenos Aires.
El concepto de pasión tiene diferentes usos, se trata de la acción de padecer, lo que supone una perturbación o afecto desordenado del ánimo.
En otro sentido, se conoce como pasión a la afición vehemente a algo (por ejemplo, “El póker es mi pasión”).
La pasión aparece vinculada al fanatismo y a una cierta obsesión. En otras palabras, la pasión es liderada por el corazón y no por el cerebro.
En mí amado pueblo siempre que hubo que optar por un camino, y cada vez que se presenta esa bifurcación llena en mitades iguales de Oportunidad y de Desventaja, inexorablemente, se toma el equivocado.
Podríamos llamarlo el síndrome de “La Pasión de Cristo”, por la suerte de Vía Crucis a la que nos sometemos innecesariamente por no ser capaces de mantener a la comunidad con el combustible que por su naturaleza lleva: La generación de nuevas ideas para producir soluciones originales.
Somos creativos. Pero en poco tiempo arruinamos lo que nos gusta y nos atrapa, haciéndolo pasar como «un hecho casual, pasajero, impuesto por los medios masivos de comunicación y arrastrado a nuestra rutina por flojos y consumistas».
Y claro que es así, lo que pasa es que en el póker habíamos encontrado la diversión de lo lúdico, la intensidad de ser creativos, la práctica de la concentración, la adrenalina del azar. Cómo si fuera poco, también enmarcamos una situación que no es tan nombrada entre los métodos pero que es fundamental: El disfrute de COMPARTIR agradablemente nuestro hermoso y preciado tiempo, olvidándonos un rato de los problemas cotidianos.
Estamos perdiendo la Pasión, créanme: está a la vista. Quizá los que estén pasando por una buena racha sientan el impulso mismo de los resultados para seguir queriendo jugar. Y también es cierto que quienes estamos pasando por una racha adversa nos exasperamos un poco y comenzamos a ver las miserias que siempre estuvieron. Yo quiero ser constructivo invocando a la máxima objetividad que me sea posible, por el solo hecho de no perder el entusiasmo por algo que unió más cadenas que las que se rompieron.
Entiendo perfectamente que a todos aquellos amantes de otros juegos donde reina el azar, comparen hoy día las chances que les acerca la ruleta electrónica que han puesto en el pueblo vecino.
Con la desorbitante cifra en contra de las probabilidades que están ejerciendo los crupieres quiroguenses, en especial Pito y Ruli. Pero esforcémonos para que no dependa de ellos el desarrollo del juego.
Esa es justamente la diferencia a favor que tenemos sobre la ruleta electrónica que maneja un chinito desde adentro.
Entonces, basta de pagarme con XX a mí cuando está tirando Pito, porque es vox populi que me mufa siempre. Si pongo 11 mil fichas desde la ciega grande, con las luces en 500, después de que 6 la hayan pagado, A3 no es una mano para salir en esa foto.
Obviamente cuando bajemos, mi AJ no podrá quebrar jamás al 3 que viene en boca. Ni mis 10-10 al 10-3, ni mis KK al 95, ni mis AA al JJ, ni mis JJ al 10-10, ni mi KJ al 10-J, ni mi AK al 10-7, etc. Etc. Etcétera.
Pero mi suerte no es el problema. Que la mala racha continúe, me hago cargo; para eso está el bankroll… ah, no. No está.
Nadie aquí lo tiene. Ni nadie lo va a tener jamás porque las probabilidades desaparecen cuando cualquier combinación se echa a suerte sin otro fundamento.
El póker es un juego donde se pueden intentar infinitas jugadas, y por ser hijas del pensamiento (la estrategia), se renuevan en cada situación porque ninguna es la misma nunca.
Por eso no hay que temer a perder, perder y perder con las decisiones que elijamos tomar en cada oportunidad aunque siempre termine siendo el otro camino el acertado.
Algún día vamos a llegar a caminar por las alfombras que nosotros mismos creamos para decorar el paisaje, pero mientras tanto deberíamos dejar de ensuciar el suelo con los papelitos que representan las malas jugadas provenientes de cábalas y actitudes caprichosas y antideportivas.
Así, la pasión genuina se acaba muchachos, y con ella todo lo que conté antes. Y no digan que nos les avisé.
P.D.: Déjenme ganar.
Por: Francisco Morresi