Revista N°7 – Esa Verde Obsesión
Sección: COLUMNA ESPECIAL
Titulo: ESA VERDE OBSESIÓN
Por: Rodrigo García Lussardi
En anteriores artículos traté de rescatar los aspectos positivos de este deporte que tanto nos apasiona, sin embargo, aquí van algunas contradicciones que me surgen y deseo compartir con todos ustedes.
Si buscan en sus bibliotecas el número 4 de la revista Pokerlogia, verán que les brindé una especie de guía para utilizar con amigos y familiares preocupados por nuestra tendencia al juego, en la que desmitificaba algunas cuestiones que en general preocupan a quienes nos rodean y no entienden que el poker no es un juego de azar y que, incluso, la vida sana favorece al buen jugador, resaltando que uno aprende de psicología, economía, sociología y matemáticas.
Bajo ningún punto de vista voy a contradecir lo que escribí hace unos meses, pero en mi observación como periodista de poker en diferentes torneos y mesas cash en distintos casinos e incluso en Internet, no se pueden ocultar ciertos vicios de la gran mayoría de los jugadores que me llevaron a transcribirlo en este articulo.
Pensaba en nuestra niñez, ¿ahí empezó todo? Si me portaba mal me mandaban al rincón durante cinco minutos, parecían horas y horas en prisión, era el “castigo” por “hacer mal las cosas”. En contrapartida, los buenos comportamientos eran recompensados con una golosina o tal vez con un permiso para “jugar” a lo que uno quisiera.
Entonces nos juntábamos con amigos y nos divertíamos de distintas formas, pero allí también existía otro patrón: el que perdía en el juego tenía que cumplir una prenda y los ganadores eran quienes imponían dicha “condena”, en definitiva el objetivo era que el perdedor hiciera un poco el ridículo por haber perdido.
De lo expuesto rescato dos patrones que nos marcaron de pequeños: el que gana tiene premio y el que pierde se somete a la burla de la mayoría. Ganar es sinónimo de éxito y perder es sinónimo de fracaso. Hacer las cosas bien es ganar, hacerlas mal es perder.
Y la discusión entre papá y mamá se extenderá en el tiempo, competir para ganar desde que uno es un crío o hacerlo simplemente para divertirse.
Vivimos en un mundo dominado por el capitalismo y, desde allí, se impusieron las normas a seguir. La pirámide se construye en base de un papel verde, con la cara de ese hombre sonriente, semicalvo, que nos mira de perfil sin darse cuenta que sería el más requerido en la historia y que tantas guerras, muertes y tragedias serían tan sólo para acumular muchos de los billetes que tienen su cara, muchos “Fránklines”.
Y el poker (al fin llegamos) es el fiel reflejo de ese capitalismo salvaje.
Aunque quiera quedar disimulado en una mesa de diez jugadores. Diez soldados, diez guerreros, diez espartanos que lucharán en base a artimañas, de mentiras bien montadas y de ocultar sus más íntimas emociones y sus más oscuros miedos para quedarse con el dinero del otro. Y aquí se repetirán los mismos patrones de nuestra niñez, porque el que gana será irremediablemente el exitoso y mandará al perdedor, o sea al que fracasó, a su casa.
Y, aunque a veces el ganador no sea el mejor (como muchas veces sucede ya que interviene el factor suerte), se quedará en la mesa victorioso con aires de suficiencia, tratando de explicarle al de al lado cómo planificó su jugada maestra.
Por su parte, el perdedor, frustrado, quebrado, infortunado, al igual que en la niñez, deberá cumplir una prenda que lo deje en ridículo, debiendo caminar esos diez metros que separan la mesa de juego de la salida del recinto y ser sometido a todo tipo de comentarios burlescos o miradas cómplices entre jugadores que se quedaron con su dinero.
Imagino que todos los que jugamos hemos pasado por ambas situaciones.
Disfruten los mediocres de las pequeñas batallas ganadas, mientras los buenos soldados intentaremos ganar la guerra, en lo posible siendo honorables y con buenas armas.
En definitiva, cuando uno se va a dormir no necesita dinero pero, como dice un amigo, para elegir con quién y dónde hacerlo, sí.