Revista N°3 – Al Main Event en 60 Horas: Parte 3
Sección: HISTORIAS
Titulo: Al Main Event en 60 horas – 3º Parte
Por: Marcelo Betbese
En las dos ediciones anteriores les conté cómo fue que decidí ir a Las Vegas, los problemas de la llegada a esta maravillosa ciudad, las 60 horas seguidas de poker para llegar a juntar la inscripción al Main Event, la experiencia de jugarlo y la decisión de cambiar mi pasaje de regreso y quedarme dos meses trabajando de jugador profesional de poker.
Quién iba a pensar en aquel verano de 2006, cuando Mariano Graciarena, uno de los hermanos que la vida me permitió elegir, llegó mi posada en el norte de Brasil casi gritando que tenía la solución para mi vida.
En sus vacaciones aprovechó, aparte de engordar a base de flanes caseros, para mostrarme cómo estaba siendo ganador por Internet en 5 card draw. Ese fue el puntapié inicial para mí, gracias amigo por mostrarme el camino.
Con un mes y medio de 15 horas por día de poker sobre mis espaldas, el viernes 7 de agosto decidí anotarme en el primero de una serie de torneos big stack que se realizaban en el Hard Rock. Inscripción de 350 dólares, stack inicial de 15.000 fichas y las luces subiendo cada 40 minutos. Son los torneos que más me gustan, stack grandes y luces subiendo lentamente.
Media hora antes del medio día, un taxi me dejó en la puerta del Hard Rock, que no queda en el boulevard principal de Las Vegas, sino que está un poco alejado.
Es un hotel que me impactó por su onda, decorado con todo lo relacionado al rock, pop, reggae y música en general, con grandes vitrinas con ropa de famosos cantantes y fotos de recitales. Pero sigamos con el torneo, que empezó puntualmente a las 12, con 110 jugadores. Decidí plantear un juego súper tight en las primeras horas, sin embargo recibí cartas como para entrar en varios pases y con flops favorables, lo que me permitió doblarme en fichas en poco tiempo.
El nivel de la mesa no era bueno, había tres o cuatro jugadores que eran verdaderamente malos, sobre todo uno, que además de ser súper agresivo, era de aquellos que le gustan llamar la atención y jugar casi todas las manos.
Lamentablemente fue él quien me sacó la ganancia que tenía hasta ese momento. Con A10 le pagué un raise normal, viendo volar un as en el flop; continuó apostando hasta el river y dio vuelta AJ. Esa mano, con otro tipo de jugador, la foldeo sin dudarlo.
Volví a las 15.000 fichas iniciales y me mentalicé que nada había pasado, había que olvidarse de que estuve doblado, porque si no la cabeza te trabaja en contra. Al fin y al cabo, estaba como me había programado según la táctica fijada.
Para ese entonces las luces eran de 600-1200 y un ante de 100. Como fueron quedando eliminados algunos de mi mesa, traían a otros reagrupados de otras. A uno de ellos lo sentaron a mi izquierda: era típico jugador de Internet, con lentes de sol, joven, subidor y agresivo.
La primera ocasión que con luz chica me llegó limpia, le completé y me hizo una resubida muy fuerte: foldeé, pero no me gustó, sobre todo la manera en que tuve que hacerlo.
A la siguiente mano, lo mismo: completé con A9 y volvió a subir más fuerte. Yo ya tenía pensado darle un susto: sin pensar dije all-in, mirándolo fijo. Pensó dos minutos y foldeó. Le mostré mi 9 para desconcertarlo un poco. Fueron dos minutos intensos, no me hubiese gustado dejar el torneo en esa instancia. Con las luces 1.000-2.000 y ante de 200, tenía 24.000 fichas, ya valía la pena tomar riesgos para llevarse las ciegas cuando llegaba limpio: eran 4.800 cada robo. Fue así que volví a llegar sin apuestas en el botón: miré y tenía 66, por lo que decidí ir all-in para no tener que tomar decisiones cuando volase el flop. Ante mi sorpresa recibí un call instantáneo de mi vecino. “Quedé afuera”, me dije; lo mejor que me podía pasar era ver AK del otro lado y sería una moneda al aire, pero no, fue mejor que eso: dio vuelta un par de 4, estando yo arriba 80 por ciento. Aquella mano mostrando el 9 para intimidarlo había dado sus frutos. No hubo sorpresas, quedé con 50.000 fichas y el amigo cibernauta se marchó para su casa.
En el siguiente break, con 35 jugadores sobrevivientes, hice un replanteo de la táctica a seguir. A partir del noveno puesto cobraban, desde los 650 dólares hasta llegar a los 10.000 del primero.
Decidí volver a ajustarme, pero tratando de no debilitarme demasiado para llegar a la burbuja y volver a ponerme agresivo. Llegué con 40.000 chips, con luces 2000-4000 y un ante de 400. Quedamos 11 jugadores, dos mesas de cinco y seis jugadores, con 8.000 fichas en el pozo medio pre-flop antes de jugar. Decidí cambiar el chip y ponerme muy agresivo: tiré all-in cada dos pases. Lo hice cuatro veces, con Q8, 75s, A2 y 94; por suerte nadie pagó.
Con esa movida me pose en el promedio, con 90.000 fichas, pero seguía sin caerse el último jugador para armar la mesa final. En ese momento recibí KJ y aunque había decidido parar la agresividad, me dije: “Tiré con nada, ¿voy a arrugar ahora?”. All-in: pagó la luz grande, que era el chip leader, con AQ de tréboles. Flop 10 6 7, dos eran de tréboles. “Estoy al horno, tengo sólo cinco salidas, las tres K y sólo dos J, porque la de trébol no me sirve porque hace color”, razoné. El turn fue un 2 de diamante y river… J de corazón. Es hermoso ver volar la carta que necesitás cuando estás abajo. En todo torneo que premiás, tenés que ganar por lo menos una de estas manos. Quedé casi con 200.000 fichas, apenas por debajo del líder del torneo.
Pocas manos después se cayó el que faltaba y se armó la mesa final. 30 minutos de descanso sirvieron para replantear la táctica a llevar. Se arregló que el ganador le daba al décimo la plata de la inscripción y, luego, empezó la mesa final.
Después de un par de horas, quedamos 7; todos parejos menos el líder, que estaba justo a mi derecha y era el único que jugaba para ganar el torneo, los demás aguantaban.
Nuevamente decidí ponerme agresivo, ya con luces muy altas. Jugué en tres oportunidades all-in con éxito.
Ya eran las 4 de la madrugada, llevábamos más de 16 horas de torneo. El organizador nos ofreció que lo sigamos al otro día y fui el único en oponerme, si bien estaba cansado, los demás se notaba que se caían a pedazos. Además en esa instancia, mi experiencia de jugar muchas horas seguidas me daban un margen a favor. Cuando quedamos seis, marchaba tercero, pero bien lejos del líder. En ese momento se empezó a hablar de un arreglo y, previo pedir un traductor, llegamos a un acuerdo: 7.500 u$s para el primero; 3.600 para el segundo; yo cobré 3.200 y los otros tres, 2.600.
Si bien estuve a punto de no aceptar y jugármela, creo que hice lo correcto, las luces estaban muy altas y todo podía pasar, desde lo bueno a lo malo.
Era una suma que me hacía pasar los 10.000 dólares de ganancias desde que había llegado, recuperaba lo del Main Event y me dejaba tranquilo, sabiendo que el primer objetivo estaba logrado, dos semanas antes de dejar Las Vegas. Firmé los papeles y fui a cobrar al banco del hotel.
Estaba feliz y el fin de semana recién empezaba. Como dicen, las rachas hay que aprovecharlas: de allí me fui al Planet Hollywood a seguir con las vivas y al medio día del sábado fui al Caesar Palace a jugar otro torneo.
El domingo, a las 8 de la mañana, cuando volví a sacar la habitación del hotel, después de haber estado de maratón 48 horas, la ganancia de ese fin de semana era de 4.500 dólares.
La decisión de quedarme había sido acertada y todavía quedaban dos semanas para hacer una diferencia mayor, pero a esa altura ya estaba saturado de poker, ya era una carga afrontar los inicios de cada jornada, lo hacía por inercia o por obligación, casi no lo disfrutaba.
Decidí comenzar a variar los lugares de juego, para distraerme un poco más, y porque sentía que en el Planet Hollywood ya me conocían demasiado: seguía ganando, pero sentía que algunos jugadores me evitaban, de tantas horas que había invertido en ese lugar, ya me tenían como un trabajador de las mesas, eso hacía que se cuidasen más cuando se cruzaban conmigo en alguna mano.
También decidí jugar casi todos los días algún torneo, la mayoría de las veces los del Caesar Palace. Una vez tercero; otra sexto hicieron que los números siguieran en alza, a pesar de que una noche quedé afuera de la mesa final, cuando me quebraron reyes con jotas, volando la J en el river.
Pero lo más curioso de este viaje estaba por acontecer, el 20 de agosto, a tres días de mi regreso. Comencé mi jornada a las 14 horas, ese día decidí hacer sólo Caesar Palace, mesas hasta las 19 y después el torneo de 160 dólares.
Recuerdo que me senté en mesas de 1-2 dólares porque a esa hora todavía no había abierto ninguna de 2-5. Me tocó una mesa agresiva y a la hora estaba 150 dólares abajo. Yo acostumbro a recargar y siempre estar con el máximo de la caja, que era 400. En ese momento recibí 33 ante un raise fuerte, de 20 dólares, generalmente no pago un raise por 10, pero en Las Vegas los 3 fueron el par que más satisfacciones me dio; yo les llamo “mis amigos”. Tomé la decisión de pagar.
Y no sólo voló un 3, volaron dos en el flop. Con posición, contra un jugador agresivo y ante un aumento excesivo, más no se podía pedir. La mano terminó con toda la caja de mi rival en mí poder, pero con el gusto amargo de que ese pase en otros casinos es premiado con el jackpot por hacer poker con un par en la mano (200 o 300 dólares más que hubiese cobrado).
Sería un desagradecido si me quejase, pero para que tengan una idea, en 707 horas de juego en mi estadía en la meca del póker sólo cobré un jackpot de 350 dólares con escalera color al 10, en el Planet Hollywood. La historia no termina allí.
A la media hora recibí JJ, resubí en primeras posiciones y el mismo que perdió la caja anteriormente, pagó: voló la J en el flop, pasé para ver si entraba y puso fuerte. Pagué y volví a pasar; fue all-in y pagué ante el estupor de la mesa: salió la J en el river dándome poker una vez más. El tenía QQ. Otra caja adentro, pero una vez más pensando en otro jackpot no cobrado. Es muy difícil meter poker, y dos en media hora es casi imposible, pero lo más raro estaba por pasar.
Seguí jugando tranquilo, hasta las 20 hs, que me inscribí en el torneo que es en la misma sala, con una ganancia considerable.
Había dejado pasar una hora del inicio porque las primeras luces no me interesaban jugarlas, se puede entrar hasta antes del primer descanso.
El Caesar Palace tiene un jackpot que es de 100.000 dólares a repartir en toda la sala cuando se quiebra poker de Ases y va bajando cada semana, a poker de Reyes, luego de Reinas y así sucesivamente. En ese momento estaba en quiebre de poker de damas y era de 120.000 dólares.
A las 21.30, mientras estaba jugando el torneo, se sintió un alarido desde una mesa, veo que la gente se empieza a abrazar, todas las mesas se levantaron a ver qué ocurría: se había quebrado poker de Q con poker de K. 120.000 dólares a repartir en la sala, pero solamente a los que estaban en ese momento jugando mesas cash. El que quebró y el quebrado se llevaron casi 30.000 dólares y el resto de la sala cobró 4.000 cada uno. Hacía una hora y media yo había dejado la mesa de cash. Increíble. Esa noche fui sexto en el torneo y en las mesas gané bastante, pero la tristeza me duró varios días.
Yo creo en los augurios, aquellos dos poker recibidos en media hora me estaban avisando que algo grande iba a pasar y no lo supe interpretar, me tendría que haber quedado en la mesa jugando cash.
El último fin de semana dio 1.000 más positivo; el saldo total fue, en casi dos meses y 707 horas de juego, 13.750 dólares de ganancia, a un promedio de casi 20 dólares la hora de juego.
Fue mi primera experiencia en Las Vegas y estoy feliz por lo logrado, fue un paso importante para llegar a mi objetivo de ser un exitoso profesional del poker. Tuve que pagar el derecho de piso de no conocer los lugares, de no manejar el idioma, de adaptarme los primeros días a las reglas de cada lugar y de absorber todos los problemas ya contados a mi llegada.
A pesar de todo esto, fui ganador en la meca del poker, dándome el gusto de jugar el Main Event. Espero que hayan disfrutado del relato y que algunos de los datos que di hayan servido para otros aventureros que decidan probar suerte. Seguramente nos veremos por allí en alguna mesa. Un abrazo.