Poker Para Todos – Poker de Potrero
Primeras dos entregas de esta columna bien "argentina"
Inauguramos una nueva Columna: «Poker para todos», y la presentamos con esta viejo y querido artículo que fuera publicado en la revista Pokerlogia impresa del año 2010. No se pierdan esta semana las primeras dos entregas de esta columna bien «argentina»
SECCIÓN: POKER PARA TODOS / TITULO: POKER DE POTRERO / Por: Rodrigo García Lussardi
Ya hablamos en los últimos números de Pokerlogia sobre el origen y la historia del juego que tanto nos apasiona. Ahora es momento de contarles mi historia personal, haciendo una especie de homenaje a tantos clubes sociales, tantos livings con amigos, tantos bares con luz tenue y cualquier otro lugar donde cada lector tuvo –o esté por tener- sus primeros contactos “en vivo” con cartas y fichas verdaderas.
Recuerdo la adrenalina, los nervios y la transpiración en mis manos la primera vez que me senté en la mesa del club.
El club queda en Santa Fe, y todos los días de la semana desde hace cuatro años, Pablo y Darío son los encargados de recibir entre 30 y 40 personas para jugar Hold’em al mejor estilo Poker Room con 3 mesas amplias para diez jugadores, con cuadros, iluminación y todo lo necesario para que cada jugador se sienta más que cómodo desde las diez de la noche hasta por lo menos las 7 de la mañana jugando mesas vivas de $1 y $2 (a medida que las cervezas siguen llegando en la bandeja de Sabalito, las fichas van aumentando y volando).
Cada lugar tiene sus códigos propios, ésos que se van creando sin que uno lo quiera. Supongo que lo que más me gusta del club es la diversidad de gente que entra.
Y como ocurre en el lugar que juega cada uno de ustedes, siempre alguien tiene sus cartas favoritas, esas que alguna vez le hicieron ganar pozos increíbles, aunque sean un 5 y un 3 off (el barquito).
En el club, 7 y 4 son las del sodero. Las del Chapu (mecánico de primer nivel) son 6 y 4. Las de Robertito (nunca quiso dar a conocer a qué se dedica, pero lo llaman toda la noche) son el As y la Jota. Las de Marcelito (un mozo con la memoria de los de antes) son Jota y 8. A Carlitos, el zapatero, le gustan Jota y 9, aunque se mueve de QQ para arriba.
Los croupiers (a quienes considero los mejores del país y llegan a tirar un promedio de 40 manos por hora, soportando llantos, insultos y agradeciendo las propinas) en sus días libres también juegan. Y muy bien. El Tanito, con su 7 y 8 de favoritas y el Keke, con su Q y 2 inentendible.
Por supuesto que yo ahí soy “el periodista de Buenos Aires”. A mí me gustan 3 y 4 (hasta que me amagan con subir y ya me rindo).
En el club se mezcla la generación que jugaba al Poker Laguna, a la Loba, a La Caída y hasta al Dominó por dinero, hasta los que recién cumplieron 18 y están dando sus primeros pasos y sólo conocen el Hold’em.
Alguna vez, tomando un café con Cesar Luis Menotti me contó las veces que tuvo que ir a la villa a buscar a René Houseman, que estaba jugando un picado con sus amigos, cuando estaba peleando el campeonato con el Huracán del 73. Alguna vez escuché a Carlos Tevez declarar que todas las patadas que recibió en su carrera no tienen comparación con lo que le pegaban en su Fuerte Apache natal. Tipos simpáticos que nunca olvidaron sus orígenes.
El club es mi origen, mi escuela primaria y secundaria, donde hubo, hay y habrá gente para escuchar, para ver y aprender, aunque siempre jueguen allí y no ganen torneos millonarios.
Después de cuatro años, ya no me pongo nervioso como aquella vez. Siguiendo con las comparaciones futbolísticas, me siento como Juan Román Riquelme en la cancha de Boca, no por lo habilidoso (porque soy un jugador del montón), sino por lo cómodo que me siento jugando allí, como si fuese el patio de mi casa.
Ahí perdí los pozos más grandes, hice los mejores robos, me hicieron los dibujos más insólitos, me enojé, disfruté, perdí y gané. Seguramente como cada uno de ustedes, sea cual sea su “potrero del poker”.